Y sentí desenvolver la vida como un paquete mojado. Y se amontonaron calles y pasos que llevaban prisa. Y que conducían a una noche. O a muchas. Con olor a cerveza y abrazos de amigos. Y caricias de novia. Que hablaba de un juramento eterno que se hizo trizas ante el primer encanto que le rebeló la sangre. Soledad. Maldita y puta soledad que detiene el reloj de las ausencias y las convierte en barro mugroso. Que te cubre el espíritu desgastado y lo obliga a la renuncia para beneplácito de los demonios que te acosan. Menos mal que llegaste con el tiempo justo, con el cariño justo y con el beso urgente. Que sería de mí si no te hubiera nombrado tan cerca mío. Que sería de mis manos si no hubieran descubierto el camino de tu espalda y la desigual prontitud de tus caricias. Menos mal...
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